En muchos ámbitos de la vida, entre ellos la tecnología, nos llenamos de conceptos que se convierten en lugares comunes y por tanto no se cuestionan ni se refutan, aunque algunos sean, evidentemente, oxímoros (palabras contradictorias en un mismo término). Quizá el más usado en la actualidad sea el de Inteligencia Artificial (IA), que ha ganado más relevancia con el ChatGPT (Generative Pre-trained Transformer).
Mientras algunos andan fascinados con esta nueva versión de “inteligencia” y la promueven por doquier, otros, ingenuos, andan alarmando al mundo por el peligro que representa para la existencia humana y para la conservación del planeta, promoviendo acuerdos éticos, que, como sabemos, los terminan haciendo trizas las dinámicas del “mercado”, y lo seductora y eficiente que termina siendo la tecnología para los seres humanos.
Yo, que no soy tecnofóbico ni tecnolífico a priori, esto es, no tomo partido a favor o en contra de (casi todas) las tecnologías por sí mismas, sino según las circunstancias y los contextos en que los seres humanos las creamos, utilizamos y el momento en que las aplicamos, me tomo el tema con prudencia. Ni apocalíptico ni integrado, como diría el chileno Martín Hopenhayn.
Planteado el contexto de la pregunta-discusión, retomemos la pregunta del título. Quizá la forma más básica de contestarla sea leer la respuesta de un ChatGPT, Nova, que es similar a la de otros generadores, y que copio a continuación (tomada de novaapp.ai):
La inteligencia artificial en sí misma no es «inteligente» en el sentido humano de la palabra, ya que carece de conciencia, emociones y experiencia. Sin embargo, la inteligencia artificial puede realizar tareas y procesos complejos de forma rápida y eficiente, superando a los humanos en algunos casos específicos. Su «inteligencia» se basa en su capacidad para analizar grandes cantidades de datos, aprender patrones y realizar cálculos complejos. En resumen, podría decirse que la inteligencia artificial es muy hábil en su área de especialización, pero no se puede equiparar a la inteligencia humana en su totalidad.
En Una inteligencia no tan artificial, Alfredo Marcos es claro y contundente en su respuesta: “Los sistemas de IA están compuestos por máquinas… y por personas. Su parte inteligente, la persona, no es artificial y su parte artificial, la tecnología, no es inteligente. (Porque) La cuestión no es tecnológica, sino ontológica. Pensar, lo que se dice pensar, es algo que hacemos solo las personas” (En alfayomega.es).
Para los que quieran hilar más menudo y encontrar una postura intermedia les recomiendo el artículo El futuro de la IA: hacia inteligencias artificiales realmente inteligentes de Ramón López de Mántaras del Instituto de Investigación en Inteligencia Artificial (IIIA), de Bellaterra, España. Allí aborda conceptos clave para el tema como IA débil, IA fuerte, inteligencia específica, inteligencia general y singularidad tecnológica (En www.bbvaopenmind.com). O, si quieren una perspectiva más amplia y con más matices todavía, les recomiendo los libros y artículos del español Antonio Diéguez, tal vez el autor más solvente y prudente en la materia.
Precisamente en la posibilidad de que se dé la tan reputada como cuestionada singularidad tecnológica, que hizo famosa el tecnofílico y tecnooptimista Raymond (Ray) Kurzweil, promotor y en su momento director de Singularity University, en su especulativo libro La Singularidad está cerca. Cuando los humanos transcendamos la biología. En este hecho, previsto por el autor para 2045, está la clave del asunto: crear, verdaderamente, una inteligencia artificial u otra forma de inteligencia.
Para ello serán necesarios significativos avances, no solo en informática, sino también en física y en química, para crear otra forma de existencia basada en el silicio y elementos afines, y no en el carbono, que es el elemento más importante para cualquier forma de vida, empezando por la humana. De ser así, ya no estaríamos hablando siquiera de inteligencia artificial, que procura imitar el funcionamiento del cerebro, sino de otra inteligencia, supuestamente con consciencia y autonomía total frente al ser humano: en esto consiste también la singularidad.
Creo que seguiremos por muchos años disfrutando (o padeciendo) el desarrollo tecnológico y los avances de la IA específica y, en cierto modo, “débil”, limitada a la emulación de funciones parciales del cerebro, dejando a un lado el resto del cuerpo, que también aporta lo propio a la inteligencia. Lo que sí es claro es que casi todos los humanos estamos abocados a interactuar con lo que hoy se conoce como IA, por lo cual es necesario comprenderla, así sea para no ser personas amargadas por su invasiva presencia. Ni excesos de entusiasmo ni de temor de la tecnología: me preocupa es lo que hagamos los humanos con ella.
Mientras se resuelven las cuestiones de la mente y la consciencia, soy escéptico y me ubico más cerca de la posición de Marcos, pero sin caer en su negacionismo. No olvidemos que la ciencia ficción de ayer es la ciencia real de hoy, y la de ahora será la de mañana. No siempre, por fortuna.
P.D. Lo que sí atenta contra el planeta es la energía que consumen aplicaciones como ChatGPT y otros motores de búsqueda. Si el lector indaga sobre el tema, lo pensaría dos veces antes de abrir cada página.